Difusión Difusa

miércoles, junio 19, 2013

Comer en México

Desde que abrió, leo puntualmente cada entrada en el blog del Colectivo Tripa, en el que vida y comida se entremezclan de manera natural, dejando un poso de referencias que nos permiten conocer un poco más a los demás y, de paso, a nosotros mismos.

Para mí, volver a México es poder ir a echarse unos tacos al caer la noche con Radiógeno en El Vilsito o quedar a desayunar con Liza, siempre pasasadas las doce, en el mercado de San Pedro, con jugo y borrego. Me encantan las enchiladas verdes o los chilaquiles caseros, elaborados con las sobras de la fiesta de dos días atrás, pero, todo esto, no quita que siga pensando que, por lo general, en México y, en especial en el DF, se malcome.

Se malcome y parece que siempre se está esperando para seguir malcomiendo. Uno, en un día festivo, no sale a pasear sino que hace tiempo mientras espera a que llegue la próxima comida. Siempre  echando mano de golosinas "matahambres" que van desde, el elote cocido, una mazorca de maíz, a veces desgranado como esquites en un vaso de plástico, hasta el consabido taco, una tortilla de harina de maíz de apariencia grisácea donde se deposita algo de carne y verduras muy troceadas, condimentadas con salsa picante, pasando por la torta, que viene a corresponderse con lo que entendemos aquí por un bocadillo, untado el interior del pan, en una cara, con aguacate y, en la otra, con frijoles refritos y rellena con algún tipo de carne como ingrediente principal (pollo, res o puerco), que puede ser considerada, en mi opnión, la más sana y nutritiva de las opciones cuando se come en la calle.

En las jornadas laborales, uno tiene la sensación  de que, el mexicano medio, no suele comer en casa sino en los restaurantes cercanos al trabajo. Eso, si el poder adquisitivo y el estómago lo permite, porque sino lleva el almuerzo en una lonchera, que viene a ser lo mismo que aquí una fiambrera, el tupper, que decimos ahora.

En general, la que podríamos llamar clase media, apenas cocina y recurre, sobre todo, al microondas y al comal, que, lejos de su origen cerámico, ya no es más que una placa circular de metal que se coloca sobre el fuego y hace funciones de plancha de cocina, pero que se utiliza, apenas, para despacharse una quesadilla rápida.  Eso en casa y, en la calle, se decanta por pequeños locales, de más o menos confianza, sin desdeñar, cuando la prisa y el apetito apremian, los puestos callejeros.

En la calle se venden carnes y vísceras grasientas, bien fritas y aceitadas, que se rocían con salsas picantes para que su ingesta rápida y voraz pueda resultar más suave y sabrosa; también jugos de frutas elaborados a la vista y, por tanto, en condiciones ya de por sí dudosas, las que otorga, a la persona que atiende el puesto, el permanecer toda la jornada sin agua corriente ni un sanitario cerca.

A diferencia de la clase media, que permanece encerrada en su trabajo de 8 a 12 horas, con la usual parada para comer, las clases populares, en cambio, parecen estar siempre en la calle, vendiendo comida, comprándola, inundándolo todo. Según se acerca uno a una boca de metro, empiezan a concentrarse en la banqueta puestos de todo tipo, no sólo de comida, sino de revistas, dvd piratas, fundas y accesorios de celular, etc. Allí contemplas a la gente, agolpada alrededor de los mostradores, de pie con su plato de plástico, engullendo el taco con cuidado para no mancharse la ropa, antes de continuar con sus tareas diarias, hasta que el apetito vuelva y haya que detenerse para matarlo de nuevo.

3 comentarios:

RebecaTz dijo...

Mi ciudad, mi mero mole (quizá no tan callejero pero siempre visualizado en todas sus formas). Hasta hambre me dio de leerte, ¡jajaja!

jmargen dijo...

De verdad que agradezco tu comentario, igual que agradecería zamparme ahora mismo una orden de tacos al pastor elaborados sobre la mismísima banqueta por donde la gente transita atareada, casi tocándolos con el hombro a su paso.

RebecaTz dijo...

¡Jajajajaja!!