Comunión vivencial
Hace unos años, en un camión que hacía el trayecto entre Tuxtla y San
Cristóbal, nos encontramos a una pareja de gaditanos. La chica se encontraba francamente
indispuesta y le dejamos una bolsa de plástico para que pudiera vomitar
en ella.
Al bajar del autobús, y después de que se recuperase tras asearse un poco en la estación, nos tomamos un café con ellos y nos
explicaron que andaban haciendo la ruta mexicana de los psicotrópicos. Nos
contaron que no les estaba saliendo como habían planeado.
La chica,
que se expresaba con un deje andaluz muy marcado, empezó a echarle en
cara a su compañero que su manera de ser les estaba arruinando el viaje y
que, unos días atrás, a través de un contacto habían quedado para probar, no peyote, sino un
hongo alucinógeno, pero advirtiéndoles, que la cantidad de que disponían en ese momento, sólo era
suficiente para una persona.
Ella le dijo a él. —No seas tonto, aprovecha tú la
experiencia, que ya ves lo que nos están diciendo.
Pero ya saben como resultan ciertos chicos, que por
encabezonamiento sentimental son incapaces de razonar, te pongas como te pongas, y él en
ningún momento pensó en devolverle el mismo ofrecimiento, para que fuera ella sola la que lo
tomase y disfrutase del viaje. Por el contrario se obstinó que
no, que no,
que él compartiría todo con ella y que estaban viviendo una experiencia
conjunta, un viaje de comunión vivencial.
—Y ni qué experiencia, ni
comunión —nos contaba muy enfadada—. Por culpa de éste y de su
jodido empecinamiento, qué mira que no aprendes, al final, por compartirla, no conseguimos que la dosis nos hiciera ni
efecto ni nada. Ni éste ni yo.
La foto del peyote es de @mo_reina dentro de su serie #botanizando
No hay comentarios:
Publicar un comentario