Difusión Difusa

jueves, septiembre 22, 2011

Mar y Sol


Marisol representó para María que el mundo era mucho más grande que su colegio, su calle o el barrio de sus abuelos, también que el mundo no es sólo espacio, sino también tiempo y Marisol formaba parte de un espacio y un tiempo que para María no tenían nada que ver con los suyos. No formaba parte de su experiencia sino de la de sus padres.

Marisol, para María, fue una desconocida surgida de la nada que, de la noche a la mañana, se fue haciendo presente, antes si quiera de ser corporea, a través de los comentarios de sus padres que incrementaban progresivamente las menciones hacia un ser extraño que primero en unos meses, luego en unas semanas y finalmente, en sólo cuestión de días, se instalaría en la habitación de al lado de la suya.

Marisol era la intrusa que había contaminado las conversaciones de sus progenitores y que ahora, mañana mismo, se disponía a invadir su casa.

Afortunadamente, después de los quince minutos de tanteo iniciales, Marisol empezó a integrarse en la percepción de María, como una amiga, una compañera de juegos y confidencias, una hermana mayor, una tía lejana surgida del calor del trópico; bastante más interesante que sus aburridos padres y prestándole mucha más atención de la que estos le ofrecían. Así, María se convirtió en guía de su propio mundo y Marisol aceptó complacida ser guiada y enseñada por un niña de siete años, con tantas cosas que transmitir y explicar a quien le quiera escuchar.

Un año y medio después María se reencontró con Marisol y descubrió, a través de ella, que el trópico, más que las lluvias torrenciales de la tarde, los colibríes por las calles de la ciudad o los mosquitos devoradores en la noche, es también cosas conocidas como casa, familia, amistad y afecto.

Hoy, Marisol permanece en el hospital, tras un intento de trasplante, con cientos de personas pendientes por que las cosas no estén saliendo como debieran, deseando que todo acabe bien y que, María y Marisol, puedan seguir intercambiando cartas y compartiendo, otra vez, sus cosas.

miércoles, septiembre 21, 2011

Sala de espera

La soledad de la vigilia.
La incertidumbre de la espera.
La frustración de las expectativas.
La confianza en el futuro.

viernes, septiembre 16, 2011

Rebuscadores


Lo que muestra Agnès Varda en Los Espigadores y La Espigadora (2000) ya lo había sintetizado crudamente Jorge Furtado en La Isla de las Flores una década antes, en 1989:
El descubrimiento de la cadena sociotrófica de la que formamos parte y que permanece oculta para quien no quiere darse por enterado.
Siempre hay alguien dispuesto a valorar aquello que nosotros despreciamos; a aprovechar lo que puede servirnos, a pesar de que otros decidieron que era inservible.
Tu basura, no puede ser, sino que será, mi alimento. Tus despojos mi sustento.

Y lo más hiriente para la gente de bien es que aquellos espigadores -rebuscadores-, ante los que desviamos la vista, por temor a caer fuera de las pautas sociales y entrar en la anomia, son protagonistas de hazañas que nosotros, en nuestra cortedad de miras, nunca podremos alcanzar, y que parten de algo tan sencillo como la renuncia voluntaria a las exigencias del sistema.

Dos años después del estreno de Los Espigadores, a raiz de las reacciones que despertó su documental, Agnès Varda realizó una segunda parte, más interesante todavía que la primera, pero inseparable de esta, en la que nos muestra, casi sin proponerselo, la verguenza al descubrir nuestra propia hipocresia, admirando a aquel que rebusca y antes rechazabamos, queriendo ser nosotros mismos rebuscadores aunque sólo seamos un excéntrico coleccionista de nimiedades.

jueves, septiembre 15, 2011

Vertical y Vertiginoso

Encajonado en un montacargas en el que subes y bajas a tu antojo, ahora el arte corre vertical y vertiginoso a lo largo de nuestra Línea de Tiempo.

Entremezclado con aforismos, gracietas, anhelos, exabruptos, llamadas de atención y chorradas. Entrelazado con la vida cotidiana y el afán de protagonismo.

No, no te equivoques, no es un arte efímero. Puedes volver atrás sosegadamente, otorgarle todo el tiempo que exija, y gozar de un hallazgo durante horas y, mañana, volver a disfrutarlo, aborrecerlo o desquiciarte con él.

Pero también puede pasar desapercibido entre tanta ganga, hasta que una arqueóloga o una aficionada, aplicada u ociosa, nos descubra lo relevante de un renglón emitido en un impulso por compartir algo importante y que nadie sintió como tal en ese momento.

Quizás, puede perderse para siempre, irremediablemente, y nuestro insignificante desgarro permanecerá sepultado por otros gritos menos sinceros pero más estridentes, ahora ya, apagados todos, en la reclusión de un bolsillo.