Difusión Difusa

viernes, septiembre 25, 2009

el pueblo elegido

...Y hablando de Dios.
Hay otra idea que me resulta muy llamativa y es el concepto que tienen las tres grandes relgiones monoteistas de considerarse así mismas como el pueblo elegido por la divinidad.
Precisamente, estos días, estoy leyendo Los Siete Pilares de la Sabiduría y T.E. Lawrence alude a este sentimiento en el caso de los musulmanes de lengua árabe (para situarnos sus reflexiones son de 1920).
Los judíos tampoco han albergado dudas sobre si mismos en este aspecto y de los cristianos, que se puede decir, si su bandera es el mismo hijo de Dios que a la vez es su propio padre.
Y así siguen estas tres religiones, ante la estupefacción de todos los demas, que vemos como se esfuerzan por hacer meritos visibles para lograr la recompensa del más allá dejando bien claro lo mucho que valen al resto de los que poblamos el más acá.

Un modo de actuación equiparable a la que despliega el pelota con el maestro en la escuela o con el jefe en el trabajo, haciéndose notar mientras nos mira: Ignorantes, ¿Es que no os dais cuenta que soy el elegido?

martes, septiembre 22, 2009

Dios, ese macho dominante

Una de las teorías de las que se hacía eco Peter L. Berger en su ensayo de 1967, El Dosel Sagrado, es la de como, tanto el nomos social, como la misma existencia de Dios son una respuesta a las tendencias masoquistas del ser humano, que no contento con tener un jefe o un padre que, en la vidad real, dirija y controle sus pasos; proyecta la necesidad de un ser superior a si mismo en el ámbito de lo no visible y lo espiritual, que se mantiene siempre presente.

Nada, que no nos conformamos con el macho dominante de la manada sino que queremos más, y más severo.

miércoles, septiembre 16, 2009

El viaje anómico

Un viaje anómico es el que efectuan aquellas personas que cuestionan las reglas sociales, no por iluminación, sino porque todos los que nos regimos por ellas sabemos que, una gran parte de ellas, son erroneas y fomentan la desigualdad, pero sólo lo expresamos en un ámbito controlado más o menos privado, mientras ellos, los viajeros anómicos, no tienen ningún inconveniente en explayarse publicamente.

Un viaje anómico es poner en duda la mayor parte de los convencionalismos sociales que son vistos como leyes injustas que la gente no se atreve a cuestionar en público.

El verdadero transgresor es aquel que corre el peligro de ser acusado de locura y conducta antisocial.

Un trasgresor de salón, o de galería de arte, en general, es un falso trasgresor, que aprovecha un espacio que la sociedad ha parcelado, precisamente, para que, ciertos aspectos de su normatividad, puedan ser puestos en duda de manera controlada en un nivel y con una repercusión con un alcance limitado para la mayoría de sus integrantes.

Nuestra mirada sobre el verdadero viajero amómico suele atravesar diferentes fases:
Al principio, nos sorprende lo atinado de lo que nosotros consideramos agudas provocaciones y claridad de ideas. Sus ocurrencias desencadenan nuestra sonrisa cómplice.
La fase intermedia o de tránsito, se caracteriza por la incomodidad creciente que nos produce su persistencia en ciertos temas que se acercan demasiado al entorno del tabú social. La reacción que adoptamos es la de la evitación. Tratamos de evitar, primero sus disgresiones y, poco a poco, al propio viajero.
Al final su propia presencia nos asusta, se ha convertido en un ser desestabilizador de la rutina y de las costumbres aprendidas, asumidas y practicadas, y pasamos a su rechazo.
Podemos pensar que sus palabras desvelan una verdad de la que nadie se atreve a hablar con franqueza, pero le vemos como un peligro, tanto para el mismo como para nosotros.

Dictamen: Exclusión.

La justificación a este dictamen defiende que son incapaces de encontrar soluciones a sus problemas personales inmmediatos y como maniniobra para superar dicha incapacidad se proponen la titánica tarea de cambiar las normas a las que acusan de su situación personal.

Realmente, la tragedia del viajero anomico es que priman, por encima de la satisfacción personal inmediata, la busqueda del orden perfecto y lógico en el que integrarse, sin envidia, sin autoridad, sin desigualdad, sin competencia, sin frustración, sin dolor.

fatalismo

Siempre he sido un fatalista.

A pesar de mantener con frecuencia posiciones idealistas y cargadas de optimismo, interiormente siempre he albergado un escéptico que, más que poner en duda sus propios argumentos, cree que la posibilidad de cambio es mínima sino nula.

La literatura está repleta de seres como yo que, primero, el lector, compadece, para, súbitamente, reconocerse en ellos.

Aún así, seguimos siendo más cínicos que hipócritas y tratamos de mantener nuestra mejor cara para las personas que realmente nos interesan.

jueves, septiembre 10, 2009

el viaje, 2º parte

Mientras veía Revolutionary Road recordé varias veces un diálogo de Las Normas de la Casa de la Sidra (Principes de Maine, etc) que se produce cuando el pupilo comunica al doctor su intención de marcharse, a lo que Michael Caine le responde que le parece ingenuo que espere encontrar una vida más gratificante de la que ya tiene "... lo único que hallarás serán personas, iguales a las que dejas abandonadas".

martes, septiembre 08, 2009

El viaje

Volviendo a Revolutionary Road.
Nunca me he sentido tan identificado en lo vivencial con una historia.

Sus anhelos son los mios.
Su viaje es mi viaje.
Su muerte, la mía.

lunes, septiembre 07, 2009

El Boticario, la anomia y L. Salander

No he leido el ensayo de Vargas Llosa sobre Madame Bovary. Pero me imagino que, como él o cualquiera que haya leido el libro de Flaubert, sabemos que gran parte de su grandeza radica en el personaje del boticario, que no es otra cosa que un malo de la puerta de al lado; aunque no es un asesino de thriller puede ser algo peor simplemente valiéndose de las armas del control social.

Si Mme. Bovary sólo fuese Emma apañados ibamos. Que sí, que L. Salander desprende cierto magnetismo inicial, pero va perdiendo fuerza de atracción según vemos su capacidad resolutiva sin fisuras, a pesar de Todo lo Malo, que conoceran los que hayan seguido con los otros dos volumenes; que no es mi caso.

Volviendo al boticario: Hace muy poco vi Revolutionary Road, en ella también encontramos a los señores Bovary, incluso al boticario, no tan perfectamente definido en un sólo personaje, pero igual de brutal, tanto en su vertiente sociodifusa, como personificado en Kathy Bates con su, paradójica o precisamente, hijo anómico. Todo un acierto.

viernes, septiembre 04, 2009

Hacerse el sueco ante el síndrome de estocolmo

A mí me ha ocurrido que he devorado una novela de casi 700 páginas en un fin de semana, buscando algo que no ha llegado a aparecer nunca.
Tal vez, como a muchos otros lectores y lectoras, nos hemos dejado encandilar, como debió ocurrirle al propio autor con el modelo que le inspiró, con la apariencia más superficial de la protagonista femenina, quizás añorando el proyecto de punk que fuimos y que luego se fue diluyendo o, simplemente, porque le ponían, o nos ponen, las adolescentes góticas; más aún, si tienen una capacidad de resolución que nosotros como reprimidos sociales nunca ponemos en práctica, como tomarnos la juticia por la propia mano.
Pero, a parte de eso, no he encontrado más que misterios que se resuelven con fotos borrosas caidas del cielo y con una sucesión de secuencias ya vistas en mil películas:
que si la advertencia con la gata descuartizada en la puerta de casa;
que si un francotirador torpe que persigue por el bosque al protagonista cuando este todavía no tiene ni puta idea de quien puede ser el asesino;
que si un enfrentamiento final entre el asesino afectado de incontinencia verbal y el protagonista en la cámara de los horrores del primero;
que si el periplo de la mujer disfrazada por los hoteles y bancos suizos para timar a un millonario mafioso;
que si al final se mueren todos los malos y sólo quedan los simpáticos.

Y hablando de simpatía, al menos me he podido reir a gusto con las ocurrencias de la ovejera australiana, como la de volver a su color de pelo natural, después de estarse treinta y tantos años tiñendose de rubio, para que puedan reconocerla su tío y la madre que la pario. Ese pelo querría yo.